Los veranos con Juegos Olímpicos son otro verano. Los
madrugones o las trasnochadas se convierten en habitual, el horario está
marcado por un calendario repleto de partidos, carreras, desafíos. Deportes y disciplinas deportivas, que
transcurren casi inexistentes durante cuatro años, (hockey, waterpolo,
taekwondo, natación, gimnasia rítmica), se convierten en tema de conversación
en la piscina, la orilla de la playa o la terraza de aquel chiringuito.
Ahora, con esas modernidades de los autobuses y metros con
televisión emitiendo información, hasta esta medalla o aquella lesión se
convierten en tema de conversación entre colegas de asiento que, habitualmente,
ni se percataría uno de la existencia del otro.
Ahí la anécdota vivida este domingo de agosto. Sin
pretenderlo, me vi obligada a entablar paz en una fervorosa conversación entre
dos compañeros de autobús cercanos a la tercera edad en agria discusión por si
la medalla de “esa chica de ojos azules” era de bronce o de plata. Ninguno de
los dos sabía a ciencia cierta el nombre de la campeona y, por supuesto,
dudaban hasta de los orígenes de la campeona catalana.
Sin embargo, los dos abueletes estaban encantados de “la
primera medalla española” en Brasil. Aunque, mientras uno mostraba su
preocupación por la sociedad brasileña tras haber visto “aquel reportaje donde
aparecía la desigualdad, pobreza y violencia de RÍo de Janeiro que se escondía
detrás de la visión idílica de las playas de Copacabana”, el otro andaba
alterado porque “esa espectacular modelo de plata que paseo tipazo en la
ceremonia de apertura de los JJOO tenía poco de brasileña y seguro que era
alemana nacionalizada para evadir impuestos a la Merkel”.
Gracias a uno y otro. O mejor, a su interesante conversación-discusión,
el largo camino de un autobús, casi repleto camino de una playa todavía más
saturada, se convirtió en un agradable análisis social sobre qué bien nos van
los JJOO a esta sociedad de vez en cuando.
Saturados de discusiones políticas vacías, hartos de informaciones
de decenas de ladrones de guantes blancos que siguen veraneando en yates de
lujo gracias a la cándida forma de castigar corruptelas en este país,
empachados de disputas estériles que mantienen en límites de supervivencia a
millones de personas en este país, no está nada mal que la preocupación de
ambos yayos sea la medalla de Mireia Belmonte.
Tal vez, a veces, cambiar la
realidad o vivir con ilusión hace más ágil la superación de cada anochecer de
otro caluroso mes de agosto donde un grupo de deportistas logran evadirnos de
nuestra realidad. Siendo así, quién se resiste a saciarse de deporte estas
próximas semanas…
Por cierto, justo segundos antes de bajar me atrevo a poner
una de mis escasas sonrisas (no suelo ser excesivamente simpática por carácter
ante desconocidos) y dirigirme con amabilidad a mis entrañables vecinos de
viaje, “perdonen, la chica se llama
Mireia Belmonte es catalana y ha ganado la medalla de bronce, pero aún puede ganar
alguna de plata e incluso de oro”.
Con la sonrisa amable (esa sí real) de ambos abuelos pongo
fin a un ligero viaje pensando…¡Vivan los Juegos Olímpicos!