Arrancamos
mayo con el Día del Trabajo, tal vez uno de los derechos humanos más
defenestrados los últimos años en los países desarrollados. Disponer de un
puesto de trabajo digno se ha convertido en un privilegio; sin embargo, la
denominada “lucha obrera” no ha conseguido totalmente retomar el pulso
necesario en la sociedad para defender este derecho.
En
parte porque esa corriente de indecencia e ilegalidad que ha intoxicado a buena
parte de los servidores de la res pública ha contagiado a otros colectivos que debían
abanderar a los trabajadores y que, unos pocos, han vilipendiado con comportamientos
antisolidarios y actitudes escasamente éticas.
La
dignidad no son palabras, son gestos y hechos decentes y necesarios. Una manifestación
es mucho más que una protesta en la calle, por mucho que se quiera envilecer
este derecho constitucional. Y sí, es cierto que a veces portan pancartas
dignas personajes indignos, pero la honradez está avalada por hechos y nadie
puede disfrazar de nobleza mucho tiempo mezquinas personalidades.
Mirar
al pasado y repasar el significado del 1 de Mayo décadas pasadas representa un
ejercicio de comprensión y un alto grado de reflexión. Mucho más para
generaciones anteriores para quienes el Día del Trabajo era el Día de San José
Obrero, una jornada que todavía entre los mayores se marca en la memoria con la
imagen de la exhibición de gimnasia que, entre otras actividades, se celebraba
y se retransmitía a todo el país por televisión desde el Santiago Bernabéu.
Llegó
después la época reivindicativa, la salida de la clandestinidad de los
sindicatos que aglutinaban a trabajadores con el oficio digno de labrar y
laborar para vivir. Pasamos posteriormente por la utilización de esta jornada
festiva para asaltar las primeras jornadas tumbados al sol del año ajenos a
luchas, reclamos o protestas.
Pocos
muy pocos, mantenían vivo el espíritu de un día que en esta segunda década del
siglo XXI vuelve a adquirir necesaria su celebración.
Porque
en la coyuntura que vivimos, al menos en este país, el Día del Trabajo vuelve a
ser necesario, porque en el colectivo de defensa de los trabajadores los
últimos años también se han descubierto ciudadanos anónimos nobles, quijotes e
íntegros que dignifican la labor sindical en su concepto íntegro, ajenos incluso
a lo que también fue otrora, defensa exclusiva de unas siglas o ideología. Son
compañeros de trabajo, profesión o tarea laboral que dotan de sentido noble a
esta palabra (compañeros), también en ocasiones injuriada por quienes no
conciben en su escala de valores los principios de solidaridad.
Por
eso, las calles vuelven a estar pobladas en el Día del Trabajo, para defender, no solo un derecho, sino la necesidad de
recuperar la dignidad de muchos ciudadanos castigados, no solo con una
defenestración laboral, sino con una degradación social.