sábado, 14 de marzo de 2015

YO NO SOY CASTA

     Pues yo también supero los cuarenta y  tantos, y, a igual que muchos de ustedes, me he sentido, en varias ocasiones los últimos meses, indignada por los discursos de algunos indignados.
     Yo  me apunto al mensaje de la necesidad de cambio y me uno a portar la bandera de la revolución que esta sociedad necesita en muchos de sus factores sociales, en casi todos sus valores económicos  y en un amplio porcentaje de los principios éticos que la sustentaron años atrás y que, en parte, han contribuido a envilecerla. Porque, a pesar de mi mediana edad, yo también me siento engañada y estafada. 
     Tal vez por esta razón, no acepto de buen grado el desafecto que se ha extendido respecto a todo lo que nació en el pasado siglo XX. La utilización del término “casta” para turbar a la masa ha sido un acierto inefable para remover conciencias y provocar actitudes, pero ¿no se les fue un poco de las manos tanto desprecio?.
     Me gusta el turbulento escenario que se ha creado. Resulta apasionante la lucha fratricida de modos y formas, casi tanto como la de razones que la han originado y los  conocimientos que el conflicto está destapando, pero toda nueva tendencia necesita un sustento que no implique únicamente connotaciones negativas. La novedad no siempre está vacunada de arrogancia.


     Es cierto que la saturación de sufrimiento necesitaba algo más y, en ese aspecto, la agitación de pensamientos que nuevas agrupaciones políticas (lo de partido político parece que también está censurado) ha provocado es muy altamente plausible.     La agudeza intelectual de un puñado de sabios nuevos pensadores esgrimió la necesidad de una transformación total, canalizó el dolor y el malestar generalizado para dibujar una alternativa.

      Y lo lograron. No es fácil despertar una sociedad “meninfot”; pero no calcularon que, donde faltan clarividencias, asumir la radicalidad de un discurso  lanzado y propagado es el camino fácil.
     Por ello, un amplio elenco de los nuevos ciudadanos reaccionarios asumió el desprecio a toda una generación (o a varias) al amparo del desafecto dictado en el rechazo al ayer como único remedio para solucionar tantos males. Y, como ocurre, en casi todas las revoluciones, los radicalismos provocan conflictos.
     Se asumió un discurso (con muchos visos de realidad), pero con errores que podrían ser devastadores al proyectar cuotas máximas de renovación de todo, respecto a todo… pero sin todos.

    Durante meses compartir un curso con jóvenes universitarios o intentar alternar en grupos de pensamiento de reciente creación desde una personalidad de ciudadano cuarentón resultó una lección de paciencia, autoconfianza y seguridad para poder superar tanto ultraje. Eras rechazado simplemente por el hecho de formar parte de la sociedad del ayer. Naciste en siglo XX, votaste en siglo XX, tu eres calaña.
    La ofensa a tu experiencia, el descrédito a tus ideas y el ultraje a tus aptitudes (caducas, viejas…inútiles) llegaron a descolocar a muchos de mis coetáneos tanto como me turbó a mí y a todos los que, a pesar de nuestra edad,  todavía vivimos en esta sociedad.
     Así que, me complace gratamente comprobar que las últimas semanas se ha modelado ese desprecio excesivamente beligerante respecto al ayer. Yo creo en lo nuevo, le ofrezco mi escepticismo pero también mi esperanza, entonces, ¿por qué hemos de demostrar no sé qué, para que se pueda creer en los que peinamos canas?
    Vivimos un proceso de transformación total donde solo el grado de metamorfosis que seamos (TODOS) capaces de dibujar disipará las nieblas de nuestra perspectiva.
     Desde luego hay que perdonar los errores de agentes, eventos y mensajes primerizos, y tal vez por ello, adquiere mayor valor la mutación serena hacia nuevos objetivos.   Recomponer el camino no debería utilizarse como estribo, todo lo contrario, confiere al emisor un cariz singular. 
    Ahora sí, así sí. Sumar argumentos, elogiar voluntades, acumular sapiencia y distinguir a las  víctimas de los culpables ofrece una heterogeneidad en el catálogo de intenciones que nos endilga hacía una nueva era que se vislumbra definitivamente.
    No importa cuánto nos podamos resistir, la metamorfosis se percibe cercana, llega inevitablemente un tiempo nuevo  y yo también quiero vivirlo plenamente... a pesar de mis cuarenta y tantos.
     Por eso, bravo a los recientes elogios de los revolucionarios del hoy a los luchadores de un tiempo recientemente pasado, porque solo el presente nos salvará el mañana, pero… no hay hoy sin ayer  y el encuentro generacional puede ser muy muy muy importante. Esa sí es una excelente idea.

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