La vida se mide en detalles, son esos pequeños momentos y sentimientos los que endilgan un camino, bien sinuoso, bien completo de recovecos. El romanticismo encuentra su cuna en quien se mueve por esos detalles, a veces superfluos pero que la mayoría de las veces son los que rompen dicotomías y engrandecen leyendas.
En el deporte, el mercantilismo asedia las emociones pero ni el automatismo al que invita la sociedad puede atrapar la pasión, el entusiasmo, la euforia en la victoria o el pesimismo y la desolación en la derrota.
Presenciar la debacle en forma de descenso de categoría de un equipo conmueve en mayor dosis que la contemplación de la algarabía de un triunfo, pero hoy a esta hora el homenaje es para quien ha protagonizado páginas de la historia del baloncesto nacional: el Estudiantes.
Un equipo nacido en el seno de una institución educativa, el instituto Ramiro de Maeztu, un conjunto que creció cohabitando con entidades deportivas creadas a golpe de talonario o mecenazgo revisto de intereses económicos.
Desde 1948 en que el catedrático y jefe de estudios del Instituto decidió crear el Club Estudiantes de Madrid para convertir a los huéspedes de sus aulas en la cantera del equipo su enseña ha sido ejemplarizante.
Por eso, este domingo 6 de mayo de 2012, ha sido tremendo presenciar la efectividad de la caída de un EQUIPO que desde 1957 ha participado en todas las ligas desde la máxima categoría del basket nacional. Las imágenes ofrecidas en la retransmisión del encuentro conmueven a todos aquellos que, de alguna u otra forma, sentimos que el deporte ofrece mucho más que la ocupación de un tiempo de ocio.
El vínculo con algunas instituciones se enmarca incluso dentro de la identificación con sus conceptos ideológicos, lo que en momento de declive de otras creencias y valores supone un pilar de base social. Estudiantes ha representado todo eso durante décadas, muchos somos los que hemos crecido junto a victorias y derrotas de este equipo que durante años ha disfrutado de una afición ejemplar, esa que es capaz de hacer saludar a sus jugadores después de consumarse el fracaso deportivo, ésa que permanece en la grada de un pabellón lleno de vacío durante minutos y minutos después de una derrota que supone el adiós a la élite, ésa que es capaz de celebrar la presencia en una final con la afición “rival” y participar de la fiesta del ganador desde el púlpito de la derrota.
No importa si acunas la emoción en el seno de otro equipo, no importa haber disfrutado con algunas derrotas del equipo Estudiantil, hoy la gente del baloncesto queda huérfana. Las gradas de los pabellones la próxima temporada no serán lo mismo sin la demencia paseando sus turbantes y sus cánticos; el baloncesto, como el deporte en general, clava sus raíces en el romanticismo y esta entidad se perpetuará por siempre entre aquellos a los que deja un poso que sólo siembra quien labra en su escudo y su idiosincrasia vírgenes conceptos de deportividad.