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jueves, 8 de septiembre de 2016

LA VUELTA AL COLE

     Llegó el día. El trasiego de las primeras horas de la mañana presagiaba que, ahora sí, por mucho que los termómetros sigan superando los 30º, vuelve la “normalidad” al barrio.

María Amparo ha abierto la paquetería antes de las 9, casi al mismo tiempo que Flor y Ramón levantaban la persiana de la papelería donde relucen con ese aroma todavía a recién impreso los libros que pronto dejarán vacíos todos los estantes.

 El quiosco está desde primera hora en funcionamiento, pero hoy a Don Pepe le acompaña en el mostrador Doña Paquita. Las cajas de cromos de todas las nuevas colecciones y los botes repletos de gominolas, algodones de azúcar y chucherías de todos los colores se han situado en primera línea del mostrador.

Entre el olor a plástico de las mochilas, el aroma de ropa nueva y ese perfume entre lavanda y fresco que desprende la colonia infantil más extendida en éste y otros muchos barrios, el pueblo recupera su esencia de vida.

Los sollozos de los más pequeños aferrados al cuello de las madres y la mano fuerte de los abuelos, se resisten a entrar en ese sitio desconocido desde donde se adivina el sonido de una ligera música infantil. Sus lamentos se fusionan con los chillidos de los niños en edad infantil que saludan con emoción a sus amigos mucho más morenos de piel y con el look estival todavía puesto.

Alguna temerosa niña, apretando con fuerza sobre su pecho una carpeta todavía inmaculada, camina apocada entre tanta algarabía en busca de su nueva aula del que va a ser su nuevo hogar escolar.

La todavía imberbe chiquillería, que estrena ese curso en el que no es de uso obligatorio el uniforme, se saluda con un choque de palmas o con esos grititos histéricos que, todas las niñas, parece que tenemos obligado realizar en época adolescente como saludo.

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