En
ocasiones, mirar atrás supone un ejercicio importante de reflexión para
recuperar las esencias, recordar cómo fueron las raíces y analizar el presente,
con los cambios inefablemente originados en coyuntura y entorno.
Hace
unos meses me perdí varias horas en la exposición itinerante que, con motivo de
la celebración de sus 40 años de vida realizó EL PAÍS en Valencia. Pasear por
cuatro décadas de historia de un periódico que te ha acompañado día a día en tu
formación personal representa una posibilidad de mirar atrás para analizar las
imágenes, los momentos y los titulares que, sin duda, han marcado nuestra
propia historia. Es un intento de buscar en nuestro propio desván interior éste
o aquel momento, aquella historia, ese instante vivido, aquellas emociones
sentidas…
Personalmente,
con solo unos pocos años más que EL PAÍS, el paseo por la exposición de su 40
Aniversario representó bucear en muchos de esos momentos que han marcado
inevitablemente parte del argumento de mi propio libro de vivencias.
Una
de las razones por las que me sedujo el mundo del periodismo fue por la lectura
de EL PAÍS cuando apenas sabía juntar letras. Y como suele ocurrir a temprana edad, todo
comenzó por curiosidad.
Mi
padre, trabajador de Unión Naval de Levante S.L (esa misma empresa que ocupa una de las portadas más dolorosas personalmente del periódico) utilizaba la hora del almuerzo para leer la prensa,
EL PAÍS era el periódico que compraba antes de iniciar su jornada laboral. En
ese almuerzo, eran varios los compañeros que se reunían apenas unos minutos
para compartir un mismo ejemplar del diario.
Entre
aquellos compañeros había uno, del que no recuerdo ahora el nombre, pero que
utilizaba las páginas de EL PAÍS como nosotros utilizamos ahora twitter. Es
decir, para vomitar enfados, lanzar ironías, contestar aquel titular, pero principalmente
para abrir diálogos imaginarios (o sería más conveniente hablar de ¿monólogos?)
con los que desahogar impotencia ante este titular, aquel lead o desbordar su
rabia ante aquella noticia o imagen.
De
esta forma anecdótica comenzó mi
atracción por la lectura del periódico. Con apenas unos pocos años y viviendo
desde la proximidad del entorno familiar la euforia que la transición originó
en muchos hogares imbuidos por el compromiso político amortiguado (incluso por
la fuerza) durante décadas, EL PAÍS se convirtió en un pasatiempo inefable.
Aquellas
páginas llenas de flechas con anotaciones (algunas rozando el insulto, otras
directamente con palabras hirientes) era mucho más que una lectura de
periódico para una niña atraída por la permanente curiosidad y deseos de
entender qué pasaba a mi alrededor.
El
compañero de mi padre igual respondía a un titular con un “eso lo dirás tú”,
que ponía “que te lo has creído”, “no te enteras”, “eso, explícamelo bien”, etc.
Eran frases de un diálogo imaginario que establecía con el periódico; pero fue
precisamente ese diálogo y esas anotaciones la razón que me atraía a mí a leer con avidez las líneas subrayadas y el
cuerpo de la noticia a la que iban referidas.
Así
comenzó lo que durante mucho tiempo fue mi pleitesía hacia EL PAÍS. Por eso,
visualizar las imágenes icónicas, contemplar portadas históricas o “vivir” el
primer reportaje en realidad virtual en la Exposición del 40 Aniversario de EL
PAÍS fue un pellizco emocional.
Sin
embargo, mientras repasaba aquellas portadas igualmente me encogía el alma contemplar la metamorfosis experimentada los últimos años por el que fue “biblia”
referencial en la izquierda de un país que despertaba a la democracia.
Hace
solo unos pocos años ¿4-5? EL PAÍS vivió un momento de crisis arrastrado por la
deuda del Grupo Prisa que a punto estuvo de la extinción del diario. Fue en ese
momento cuando el Gobierno de Rajoy y, más concretamente la por entonces ya
vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría amparó la operación de salvamento
del grupo mediático con una deuda superior a los 3.100 millones de euros. Era
2012.
Todo
se tramó con sigilo pero meses después de estos hechos, EL CONFIDENCIAL DIGITAL asomaba algunas de las razones del viraje, inesperado
y bastante sibilino del periódico que durante años fue icono de la izquierda y
socialdemocracia española.
Quizás
por ello, las sacudidas emocionales que ofrecía la visita a la exposición del
40 Aniversario de EL PAÍS fueron tan conmovedoras.
El pasado mes de noviembre de 2016 (fecha de
la exposición) ya habían sido varios los editoriales del periódico de Prisa que
habían escamado al pensamiento socialista de esta sociedad nuestra. El cariz de sus mensajes ya era, en muchas
ocasiones, inquisidor.
Esas
páginas que en las Facultades de CC de la Información se estudiaban como
referente habían asumido un cambio de rumbo que descolocaba (y sigue
haciéndolo cada día más) a muchos de sus tradicionales lectores que, atónitos,
han visto como su “biblia” perdía el señorío y elegancia que lo encumbró. Las
lecciones periodísticas se han convertido en bajeza editorial, agresiones
verbales eufemísticas, noticias manipulables e interpretativas, en definitiva, decisiones
editoriales desalineadas de sus raíces.
Quizás
por ello el editorial del pasado lunes tras la victoria de Pedro Sánchez en las
Primarias para elección de Secretario General en el PSOE no fue ninguna
sorpresa para los que hemos seguido perplejos cómo EL PAÍS pasaba de icono
periodístico a panfleto propagandista de unos singulares intereses, los suyos
propios.
Es
elogiable el agradecimiento, es plausible la lealtad a quien te salva de
perecer; pero a veces, la fidelidad a los propios ideales y principios ofrece una muerte digna, mientras que vivir de rodillas solo es una
forma de envilecer una vida, una existencia….
Por
eso mi lamento público esta noche, porque, EL PAIS, para muchos lectores ha
pasado de ser “la leche” a, como dijo ayer mismo el político Odón Elorza “la
bomba”.
D.E.P.
EL PAÍS