domingo, 14 de junio de 2015

SIN DERECHO A DEFRAUDAR

      Tan real como que vivimos un momento histórico social y político es que, hay generaciones que ahora, que por fin han asumido la responsabilidad necesaria para hacer realidad sus principios e ideas, no pueden volver a defraudar a mayores, jóvenes y lo que es más importante, a sí mismos.
      Y hablo, desgraciadamente de mi generación. Los nacidos entre finales de los 60 y principios de los 70 vivimos con edad de parvulario la transición política y social de este país. Disponíamos de un poco más de conciencia el famoso 23-F, día que algunos descubrimos que, tal vez, esto de la política, era algo que sí alteraba nuestro día a día.
      Ya con la madurez necesaria para asumir responsabilidad vivimos nuestras primeras grandes protestas a principios del siglo XXI con el “NO A LA GUERRA”; sin embargo, no pudimos (o no supimos) canalizar la impotencia de la rabia tras fracasar nuestra perspectiva profesional o nuestros sueños de vivir desde la comodidad de la clase media nuestra singladura en esta sociedad.
      Aun así, tuvimos atisbos. Ofrecimos nuestra voluntad, asomamos nuestras protestas en revueltas universitarias, celebramos conquistas sociales como nuestras, pero tal vez, solo tal vez, en nuestra singular reflexión deberíamos aceptar que muchos de aquellos logros fueron más el resultado de la lucha activa de nuestras generaciones precedentes que nuestra total implicación solidaria.

     Nosotros fuimos cómodos. Hemos sido cómodos. Tuvimos facilidad para acceder a estudios superiores, vivimos unos 80-90 de vida universitaria alegre, seguimos los pasos vitales con actitud conservadora, algunos (muchos) incluso con mentalidad conservadora. Por eso, hemos de asumir que fuimos los más firmes partícipes de provocar que nuestro “meninfot” facilitara el acceso al poder de la derecha política y, lo que es más grave, social.
      Fueron nuestros padres los  que reivindicaron para nosotros la necesidad de libertad con actos y acciones que, a muchos de ellos, incluso dejaron cicatrices en ideologías, cuerpo y mente.
     Y ahora, son nuestros hijos mayores o nuestros más lozanos alumnos los que han canalizado mucha de nuestra impotencia ante la pérdida de trabajo, la reducción de las libertades básicas, los recortes sociales y la alteración negativa de nuestra acomodada vida de clase media, para brindarnos la oportunidad de dejar nuestras palabras y nuestros quebrantos a un lado para poner en acción nuestros principios y valores. Ésos que nos inculcaron nuestros padres, ésos que hemos sembrado en nuestra conciencia,  pero también ésos que algunos (muchos) escondieron  en barbecho para vivir el aquí y ahora.
     Nuestros mayores y nuestros jóvenes nos han regalado una nueva coyuntura. Nuestra procedencia y nuestro futuro merece que, esta vez sí, aprovechemos las circunstancias, expongamos nuestra valía, mostremos nuestras capacidades,  pero sobretodo, metabolicemos nuestros errores y no, esta vez no les volvemos a fallar. La historia, pero sobretodo, ellos, no nos lo perdonarían jamás.
     Así que a trabajar, cada uno en su entorno, en su cotidianeidad, en su sociedad, en su familia, en su responsabilidad, porque esta vez sí, puede que podamos ser nosotros los únicos pilotos de nuestra propia vida y, lo más importante, labremos el futuro que nosotros también merecemos.

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