Moreno, cara redonda, mofletes sonrosados,
así se personó aquel ángel en su vida. Amaneció muy temprano aquella mañana de
junio de un día gris en una ciudad nueva,
un entorno diferente y un paisaje inusual cuando sonó la llamada que
cambiaría su perspectiva vital. La coyuntura se había empeñado en ser grisácea
desde hacía varios meses. Los problemas en el trabajo se vincularon
inesperadamente con el estado emocional, su perspectiva personal, sus anhelos y
sus inquietudes, sus fantasías y sus límites.

Los sueños se habían desvanecido como se
escapa la arena de entre los dedos al abrir la palma de la mano. El mundo, su
mundo, se volatizó casi de repente a pesar de parecer inquebrantable la fuerza
de los cimientos que lo sustentaban. Sin embargo, no calibró, no supo medir,
imaginó que tal vez, a veces, se puede atrapar el tiempo y vivir fantasías
olvidando que los proyectos vitales tienen siempre como gran hándicap la
inefable realidad. Y que, como decía Calderón, “los sueños, solo sueños son”…
Sentada incómodamente en aquella atalaya en
la que inconscientemente comenzaba a cerrarse casi de forma hermética, no
vislumbraba ningún horizonte diáfano.