En este cambalache de siglo XXI por el que transitamos, donde la sociedad se encuentra en permanente alteración y en la que los cambios profesionales y emocionales parecen dictados desde agentes externos a nuestra propia persona, recurrir a la duda de quién se ha llevado mi queso es el presente en nuestra cotidianeidad.
En ocasiones, no resulta complicado encontrar al ladrón que se ha apropiado de nuestra rutina para destruirla. Suele personificarse en ese “jefe” revestido de poder que adquiere tintes de caudillista para decidir, no solo la supresión de puestos de trabajo, sino la destrucción del presente de cientos cuando no, miles de familias e incluso de los valores de todo un pueblo.
Sí, en esta coyuntura encontrar quién se ha llevado mi queso es muy sencillo, por desgracia demasiado; a pesar de que los culpables nunca piden perdón, ni sienten, ni padecen, ni lamentan. Allá ellos con su conciencia. Pero ¡ay! de nosotros que cargamos con el peso de sus decisiones.
Unas medidas que, sin razón que las ampare objetivamente, provocan que la impotencia se alíe con la rabia, la injusticia con la sorpresa, la lucha con el desencanto... Dijo Che Guevara que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”, por eso no debería permitir esta sociedad la impunidad de quien se erige en escritor del guión de nuestras vidas sin alzar la voz o exigir la justicia de la que carecen determinadas decisiones.
Descubierto el cuatrero que se ha apropiado de nuestro queso y tras hacer acopio de la energía para no perecer en la lucha de la conquista (aunque sea tarde) de la justicia, detectar la necesidad de encontrar un nuevo queso habría de ser ya nuestra primera ocupación. Jamás rendirse, pero el dolor que provoca la herida de ver destruida la rutina, conlleva un grave peligro, el letargo, la indignación, el desasosiego.
No, no resulta fácil, no es fácil. Ya nada volverá a ser como ayer, ya nada va a volver a ser como hoy, la incertidumbre del mañana es permanente mientras esperas el día del dictamen de la sentencia que va a alterar por completo nuestras vidas (como antes ha alterado la de millones de personas y hace solo unos meses la de miles de compañeros).
Solo unos días después de la decisión política de la liquidación de RTVV la herida es demasiado profunda, está viva y sangra, porque la ruptura con nuestro hoy lleva implícita la vulneración de principios sociales y así resulta mucho más complicado superar el maremoto emocional.
Confieso que he releído a Spencer Johnson en busca del cobijo que pudiera conducirme a encontrar en este laberinto un nuevo queso; pero no lo he encontrado. Es cierto que este queso lleva años enmohecido, todos lo hemos olfateado con frecuencia y hemos detectado su amargo sabor, pero era más seguro buscar en el laberinto que adentrarse en nuevos salones. Culpable: el miedo. Siempre el temor como escudo.
Sin embargo, ahora el pavor solo ha de ser el acicate a encontrar nuevos caminos que nos conduzcan a un nuevo queso porque solo ése ímpetu será nuestro verdadero triunfo ante quienes esperan que perezcamos podridos con el queso que ellos han hecho putrefacto. Se les olvida que las convicciones de todo un pueblo no mueren y que nos podrán callar, destruir y robar el queso, pero jamás, nunca, podrán borrar la historia ni evitar que, tras la catarsis, florezca un queso verdaderamente esplendoroso, fresco, lozano y libre. Y ojo a la fuerza que puede llevar intrínseca ese nuevo queso.